Relatos Ganadores concurso adulto mayor 8
Conocé los relatos más destacados que se distinguieron durante la realización de los Relatos en Amarillo y Negro.
LA "MARCA" PEÑAROL
La "marca" Peñarol no es sólo el gol de Diego Aguirre en la hora, el 5 a 0 o el 8 contra 11... ¡No! Pueden ser sucesos ocurridos en los confines de la patria, que alteran la vida de los peñarolenses, de sus rivales o incluso de quienes no sientan interés alguno por el fútbol. Y son sucesos que hasta pueden trascender generaciones.
El 12 y el 26 de octubre de 1966 son fechas que llevan la "marca" Peñarol en mi cuerpo y mi memoria, como también en las de otros.
Cuando cumplí 18 años mi padre me regaló una Spica con auricular, pues en aquel tiempo eran para una sola oreja. Mi viejo "Negrucho" y mi tío "Quico" eran los patrones de la estancia "La Unión" y habían cobrado la lana. Y ese regalo premiaba también mi esfuerzo en todas las actividades camperas que rodearon la zafra de la esquila. Y como yo era de la familia no cobraba sueldo; pero esa radio era una recompensa impensada y excesiva para mí, por lo cual creí tocar el cielo con las manos.
La escuchaba de noche en la cama hasta tarde y salía feliz todas las mañanas con ella atada a los tientos a recorrer el campo a caballo, para vigilar la hacienda y realizar las tareas habituales de cuerear animales muertos, curar abichados o sacar alguno empantanado.
Pero, ¡claro!... La radio era un distractor importante para el cumplimiento normal de las tareas asignadas, por lo que mi padre se arrepintió pronto de su regalo y tuve que negociar con él varias veces las condiciones para que no me separara de la Spica.
Esa radio era para mí mucho más que un celular para los jóvenes de hoy, sobre todo por la rareza de ser una de las diez o doce que habría entonces en todo Soriano.
¡Y por fin llegó el ansiado 12 de octubre de 1966! Peñarol jugaba esa tarde en el Estadio Centenario su partido de ida contra el Real Madrid por la Copa Intercontinental.
Para mi desgracia, había agotado las dos últimas pilas de la radio en la víspera, por lo que la única posibilidad que tenía de escuchar el partido esa tarde, sería ir a caballo hasta Palmitas, pueblo distante unas tres leguas por el camino vecinal. Pero como en cualquier día feriado en el campo se trabaja, ese día tampoco fue la excepción.
Por ese motivo mi padre me dijo que si quería escuchar el "fubol de mierda" en lugar de trabajar, tendría que ir a pie pues no pensaba darme un caballo para eso. Y a mi hermano no lo dejaría ir porque era muy chico.
La cosa fue que para allá me fui: ¡solo, a pata y de alpargatas! Y no lo hice por el camino vecinal sino cortando a campo traviesa, cruzando pastizales y bañados con lo cual me ahorré media legua. Pero me maldije por no haberme puesto las botas de goma pues, con tal de no hacer rodeos, me embarré y me espiné todo con cardos negros y escardillas.
Al final llegué a tiempo pero ¡a la miseria...! El partido lo escuchamos con mi amigo, el "Chamba" Aguirre, en la radio Philips a válvulas del bar del "Vasco" Barrera, mientras tomábamos mate con tortas fritas y mirábamos los partidos de pelota de mano, en la cancha que estaba al lado del bar y en los que se jugaba por plata. Fueron varios los "mano a mano jugados a muerte" entre jugadores de frontón, mientras los parroquianos agolpados alentaban y hacían sus apuestas por su favorito.
Por supuesto que el partido de la radio también tenía sus apostadores. Y como yo tenía unos pesos que me había dado Víctor González, uno de los peones de la estancia, para que le comprara tabaco, el "Chamba" me convenció para que los apostáramos a favor de Peñarol... ¡Y por suerte ganamos!
Con lo ganado compré tabaco, tres juegos de pilas y además nos tomamos varias cañas "Espinillar" para festejar la doble victoria.
Mi retorno fue difícil por efecto de las copas, a las que no estaba acostumbrado y que acepté tomar para no parecer jodido ante todos.
Llegué de noche a la estancia con la camisa rota que enganché en las púas de un alambrado; pero además empapado hasta las verijas y con una fea herida en el dorso del pie derecho, producida por una botella rota que no advertí en la oscuridad. Pero nada de eso logró empañar mi alegría por el triunfo, el cual me dejó de recuerdo una sugestiva cicatriz con forma de "P", que vino a ser mi primera "marca" Peñarol.
Con mi hermano decidimos que deberíamos racionar el uso de la radio, para ahorrar pilas para el partido revancha y no sufrir de nuevo aquella adversidad.
¡Y por fin llegó el 26 de octubre de 1966. Y esta vez sí teníamos pilas "en pila"! Pero no todo fue como raspar y comer, porque ese día habría yerra en la estancia y seguramente a la hora del partido aún estaríamos trabajando.
Y como los obstáculos están para salvarlos, pronto encontramos una solución. Pusimos la radio a todo volumen colgada del alambrado, adentro de una lata cuadrada de dulce de membrillo, para que retumbara más e hiciera de antena.
Cuando mi tío vio lo que estábamos haciendo, sacudió su cabeza fastidiado y profirió su característico "¡ah muchachitos...!"
La yerra es una actividad campestre que consiste en marcar los terneros en el anca con un hierro candente, el cual contiene el logotipo que identifica al establecimiento rural según un registro del Ministerio de Ganadería. Conjuntamente con esa tarea se llevan a cabo otras, como mochar las incipientes astas o cuernos de los terneros cuyas razas las poseen; y la castración de los machos. Las heridas producidas se cauterizan con la punta roma de un hierro candente. En estas jornadas los paisanos lucen sus destrezas en el dominio del caballo para apartar los terneros de sus madres dentro del corral; y también en el arte de pialar las dos patas delanteras del animal, cuando cruza a la carrera por delante del pialador a caballo o de a pie. También hay que saber voltear y sujetar hábilmente a los terneros, por la cabeza y por las patas traseras, de modo que quienes deben mochar, castrar y marcar lo puedan hacer con rápidos movimientos y sin riesgos.
Uno de los peones de la estancia, de rostro alegre y cuerpo menudo apellidado Puig (al igual que un ministro blanco de la época), sostenía que su apellido debía pronunciarse "Puch", como se hacía llamar el político. Entonces su apodo surgió sin discusiones: "Puchito". Él era el encargado de sujetar las patas de los terneros y acostumbraba darles una palmada en el anca en el momento de soltarlos.
Por ese motivo mi tío "Quico" le advirtió que no hiciera eso porque algún ternero podía patearlo. "Puchito", quien además de ser fanático del "otro" cuadro (no precisamente el Real Madrid) se creía muy campero, le retrucó muy suelto de cuerpo: -¡No se aflija, patrón, que los vacunos no patean pa' tras sino p'al costao!- a lo que mi tío sentenció -Bueno, jodé nomás que vas a ver...
Un rato después Peñarol hizo el primer gol y mi hermano y yo lanzamos sendos alaridos. Fue en el preciso momento en que "Puchito" se aprestaba a soltar el ternero y propinarle la consabida palmada. Pero furioso por el gol le pegó con fuerza y con bronca, por lo que el ternero (curiosamente negro como el carbón), reprimió esa agresión de "Puchito" sentándolo de culo de una patada en el pecho... ¡Lanzada para atrás! "Puchito" cayó fulminado y tardó en reaccionar.
Respiraba con mucha dificultad y tenía una herida sangrante provocada por la pezuña del animal. Papá lo curó con gasas y agua oxigenada provenientes de un botiquín casero que mi madre nos había provisto... por si acaso.
Los patrones rezongaron bastante por el incidente, culpando al "fubol de mierda" y a la negligente imprudencia de "Puchito". No obstante, la voz de don Carlos Solé igual continuó retumbando cascada y emotiva desde el fondo de la lata.
"Puchito" se recuperó y volvió al ruedo, aunque con su orgullo herido porque quedaron en evidencia sus dudosos conocimientos camperos; y porque llevaría para siempre en su pecho esa humillante cicatriz ... ¡con la indeleble "marca" Peñarol!
Con el último ternero ocurrió lo impensado: Yo había sustituido a "Puchito" en la tarea de sujetar las patas mientras él ponía la marca; y mi hermano esperaba detrás suyo para que le devolviera el hierro y llevarlo de nuevo hasta el fogón. En eso sobrevino el segundo gol de Peñarol y mi hermano salió corriendo y gritando enloquecido. Yo solté al ternero que ya estaba pronto. Y "Puchito", fastidiado por el nuevo gol y tan caliente como el hierro que sujetaba, lo tiró al suelo con furia sin que yo pudiese evitar que me rozara el dorso del pie izquierdo. Mi segundo alarido de gol fue mucho más gutural que el primero, pero esta vez producto de la bruta quemadura.
El pasado "Día del Abuelo" recibí muy emocionado, de mi pequeña nieta, un regalo mucho más preciado que la Spica de otrora. Consiste en un gran cuadro con un dibujo suyo, donde veo reflejados el obvio amor familiar, las costumbres y tradiciones de mi patria, las torpezas de mi juventud y, sobre todo, ese "otro amor" incondicional e indescriptible que trasciende generaciones.
En el cuadro se ven dos pies desnudos de color amarillo, con sendos trazos negros que ilustran a la perfección mis dos "marcas" Peñarol.
El Bagre
(Néstor Luján Rodríguez Arocena)