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Relatos Ganadores concurso adulto mayor 3

Conocé los relatos más destacados que se distinguieron durante la realización de los Relatos en Amarillo y Negro.

ENTRE LA MAGIA Y LAS ESTRELLAS

Yo jugaba en el patio de la casa del cuidador, cuando una sombra inmensa se posó sobre mí. Levanté despacio la cabeza, pasé por los grandes zapatos plantados en el suelo junto a mis ojos, seguí hacia arriba y lo vi. Era altísimo, tan alto como las palmeras del sendero que conduce a la entrada. Llevaba una bolsita de tela en la mano y señalando con un movimiento de cabeza las bolitas de vidrio desparramadas en la tierra, con una voz que pareció tronar desde el cielo, dijo: - te juego - . Antes de que yo reaccionara, la esposa del casero se asomó por la puerta.

- ¡No molestes al joven! -me gritó-.

El gigante esbozó un saludo y explicó que era él quien me estaba invitando a jugar. La mujer abrió la boca y aún sin cerrarla, se secó las manos en el delantal, se arregló el pelo, puso los brazos en jarra y se acercó para observar. No era común ver a un gigante jugando en el patio. Yo frecuentaba el lugar con mi abuela que ayudaba en la limpieza. A veces, como aquel día, iba sola porque vivíamos muy cerca.
Al volver a mi casa esa tardecita, le conté al tío lo que había pasado. Él, acostumbrado al vuelo de mi imaginación, desestimó lo que yo decía y no me contestó.

Corrí a contárselo a la abuela, porque en mi interior, sentía que era un privilegio, una vivencia que se incrustaba en mi corazón y que llevaría tatuada en la memoria durante toda la vida. No cualquiera conocía a un gigante y se llenaba de tierra las manos con él intentando chocar bolitas entre las estrellas amarillas.

El tío no quería comprármelas. Decía que era un entretenimiento de varones, pero ante mi insistencia, un día había aparecido con un bollón lleno de brillos, donde resaltaban cinco bochones anaranjados que adoré de inmediato.

Con la abuela y ese tío, con quienes vivía, nos mudamos al barrio de Los Aromos en enero del sesenta, la década más célebre del club. La zona quedaba lejos de la capital y en esa época, era desolada. Se llegaba, recorriendo desde la ruta unos dos kilómetros por un camino flanqueado por campo, algún viñedo y una extensa plantación de manzanos. Pasando un molino de viento y el puente chico de piedra sobre el arroyo que limitaba el predio, ya se veían las palmeras que acariciaban las nubes y guiaban al lugar de concentración del más grande de los equipos de fútbol del país y de América: "El glorioso" como lo llamaba mi tío.

Dos aromos centenarios custodiaban y eran el marco perfecto, áureo y silencioso, para el gran portón de acceso. Con el viento de la primavera la senda que llevaba a las instalaciones se tapizaba de rubias estrellas, formando una alfombra digna para halagar los pies que nos llenaban de satisfacción.

El primer día, el gigante perdió. Se levantó, tiró de la piola de la bolsita para cerrarla y se fue sin decir nada. Yo había conquistado cinco adquisiciones nuevas.

La bandera amarilla y negra flameando en lo alto del mástil, indicaba la presencia del plantel. Entonces, no se debía pasar adonde andaban ellos, ni a la cancha del fondo en la que practicaban. Solo podíamos estar en el frente, en la vivienda de los caseros.

Con sus hijas, cuando el cuadro no estaba concentrado, nos metíamos por todos lados, saltábamos sobre las camas, nos escondíamos perdiéndonos por las habitaciones y, lo que me valió más de un rezongo, bajábamos de la alta torre las bacinillas blancas enlozadas, para colocarlas boca abajo en una larga fila y caminar sobre ellas, haciendo equilibrio como si fuera un puente.

Aquella tarde, me senté en el piso para esperarlo. Se oyeron crujir las piedritas del sendero y, enseguida, él apareció. Venía de afuera saliendo de la nube que un camión que pasaba, había levantado en el camino polvoriento. Pasó al patio, arrodilló su larguísima pierna derecha, arrancó un yuyo y alisó el suelo para colocar las pequeñas esferas. Más que nunca en esa oportunidad, pensé que pertenecía a otro mundo. Un mundo desdibujado donde solo los gigantes con voluntad y tesón podían destacar y presentarse como si fueran de carne y hueso.
Yo no sabía de reglas, me costaba colocar los dedos, carecía de la precisión y la fuerza necesarias para bochar bien, pero él actuaba como si yo fuera la mejor contrincante.

Al regresar a casa, volví a hablar con el tío. Él sacudió la cabeza, resopló como resignado a mis fantasías y dijo: "los gigantes no existen". Pero yo sabía que sí, que era tan real como yo.

Y ya cansada de escucharme la abuela fue a averiguar con los encargados, con quién jugaba en su patio o si solo eran inventos míos y lo hacía sola.

Ellos, riendo, le respondieron a coro: -Con el Tito -y el hombre agregó- ¡Pavada de compañero tiene la botija!

-El Tito ¿Gon...cál...vez?-preguntó extrañada la abuela.

Yo me sorprendí porque no sabía que los gigantes tenían nombre y, al principio, el suyo me pareció muy chiquito para un ser tan grande.

- ¡Último! -gritó él, que solía adelantarme en los cantos. Por lo general, si yo estaba en el patio de los cuidadores, se acercaba un rato a jugar conmigo. Lo hacíamos callados. Él era de pocas palabras y nunca me atreví a preguntarle algo.

Cuando lo veía surgir de entre las palmeras, pensaba que llegaba de un lugar lejano donde quizás era normal que los gigantes perdieran su tiempo con niños, momentos donde no parecía existir ninguna otra preocupación más que la de ganar aquel sencillo juego infantil.

Al tío, vendedor ambulante, el mismo que ponía el grito en el cielo si alguien ponía encima de la cama la bandera aurinegra, porque "los muchachos se podían dormir", el mismo que hasta días antes de morir, a los noventa y dos años, siguió los partidos con un vaso dado vuelta, un nudo en el pañuelo y otro en la garganta, se le inundaron los ojos de orgullo al enterarse de la identidad del gigante. Sonrió ampliamente mientras se refregaba las manos, gesto habitual en él cuando algo lo hacía feliz y le regocijaba el espíritu.

-¡El capitán! ¡El gran capitán! ¡Otro grande con el 5! Como Harley, como Obdulio - parecía rezar en un tono entre la admiración y el asombro.

Yo no entendía mucho. Lo único que sabía de fútbol era el amor, la devoción que el tío me inculcaba por el cuadro carbonero.

A partir de ese momento, él comenzó a mirarme diferente, juraría que hasta con respeto. Lejos de ignorar mis historias esperaba expectante a que volviera, para preguntarme si ese día, había ido el gigante.

-Ese es un grande en serio -me decía-. Él ha llenado de honor las vitrinas del glorioso. Lo ama y lo defiende con el alma. ¡Y si será humilde, que se pone a jugar con una gurisa chica!
No precisaba que él lo confirmara. Yo sabía que era de verdad. Un hombre inmenso que hasta tenía rulos oscuros como cualquier mortal.

- Él es latido y fuerza; impulso y aliento en el equipo - seguía rezando el tío, que no hablaba para que lo oyeran. Tenía la mirada fija en un punto. Sus palabras respondían más bien a un pensamiento en voz alta y reflejaban su reconocimiento y su estima por el gran capitán.

Para mí, la grandeza del gigante trascendía su nombre chiquito, lo ennoblecía, porque al nombre lo hace el hombre. De nada me sirvió el grito de: ¡Sucio! que apresuré para impedir que pudiera despejar el piso de la cantidad de flores de aromo que lo cubrían en esa ocasión. Él colocó el pulgar, tomó puntería, pegó, la pieza describió una larga trayectoria y golpeó el sol que estalló en miles de chispas amarillas; y fue el pasmo en mis ojos de niña. Llorando con desconsuelo le reclamé que me devolviera las bolitas. Entonces él, ajustó la piola de su pequeña bolsa, y serio, como siempre, expresó con absoluta calma, señalándome con el índice:

-Aaah, no, señorita; yo le gané en buena ley. Usted no puede ganar todas las veces. - Y riendo muy fuerte, como hacen los gigantes, se fue rumbo a la concentración caminando entre las estrellas doradas que el viento había bajado esa mañana.

Sin poder conformarme, con la esperanza de que el tío intercediera, le conté que el Tito capitán, me había ganado mis bochones de fuego. Él me miró fijamente, murmuró que quizás esa fuera una señal de futuras victorias, y añadió:

-La grandeza del rival enaltece al adversario. Considerate una campeona. ¡Qué mayor triunfo querés! A su lado se respira Peñarol... por siempre.

Gurisa campeona
(Carmen Nelly Rodriguez Franco)

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