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Relatos Ganadores concurso adulto mayor 1

Conocé los relatos más destacados que se distinguieron durante la realización de los Relatos en Amarillo y Negro.

A SU MEMORIA

Al llegar toqué el timbre y me identifiqué por el portero eléctrico. Se abrió la reja, crucé el jardín hasta la inmensa puerta principal de madera maciza, acorde con aquella enorme casona que sería una elegante residencia de alguna familia importante de otra época.

Aguardé un momento hasta que me recibieron:

-Buenos días. ¿Cómo te va? Adelante, está en el living.

-Gracias -respondí y me dirigí a su encuentro.
Allí estaba, sentado en una vieja butaca mirando distraídamente por la ventana. Su mano derecha en el apoyabrazos, repiqueteaba con un ritmo propio.

-Buen día - Me acerqué lentamente.

Su vista registró brevemente mi presencia antes de volver su atención a la ventana.

-Buen día - respondió.

- Está muy soleado hoy, ¿no? -comenté, mientras observaba las pocas hojas que conservaban los paraísos a través de la ventana.

- Pero hace bastante frío... Menos mal que aquí está calentito.

Le dirigí una leve sonrisa y empecé a sacarme la campera y la bufanda. Las colgué en el respaldo de una silla que acomodé a su lado.

- He estado con mucho trabajo. - Su mirada seguía concentrada en la ventana.

-Bueno. Es mejor así, ¿verdad? - hice un momento de silencio y continué:

- ¿Ayer viste el partido de Peñarol? - Una arruga se formó en su frente y se acomodó en el sillón antes de responder:

-No he salido.

-Me refiero a verlo en la tele.

-No me gusta mirar televisión. - Volvió la vista hacia la gran TV colgada de la pared en medio de la sala y agregó:

-Antes no había esas cosas; o iba al estadio o lo escuchaba por la radio. En la pantalla se mostraban en mute hermosas playas tropicales.

La observé por un momento. «Tantas pulgadas, pero no le sirven de mucho» pensé y seguí la conversación.
-¿Ibas seguido al Estadio Centenario?

-Sí- Asintió mirándome-. A mí me gustaba ir todos los fines de semana.

- Ah, ¿sí? Y, ¿qué recuerdos tienes de ese tiempo? - Se llevó una mano a su barba blanca, la mirada perdida buscando en su memoria...

-Llevaba a mi hijo porque quería ver a Mazurkiewicz. Bueno, yo también. -agregó sonriendo.
- Es que a los dos nos gustaba jugar de arquero.

-A mí también -. Le devolví la sonrisa. Me estudió la cara un momento y siguió:

- Y, si había alguien de quien se debía de aprender, era ¡del Chiquito! Pero claro, ver a Spencer hacer varios goles, era también un gran gusto.

- Parece que esa época la tenés muy presente. - Me acomodé en la silla llevándome una mano al mentón y escuché con interés. A su memoria:

-No sé. Pero de Abbadie, Rocha, Spencer, Joya, Tito y Mazurka no me olvidé. -dijo apuntando satisfecho el dedo índice sobre su sien.

- ¡Qué memoria! - Después de un par de minutos en silencio, comenté:

- Me dijeron que conociste a Lucho Borges.

- Sí, lo vi hacer el primer gol de la Copa Campeones de América.

-Ah, sí; de la Libertadores.

-¡Exacto! Fue sobre la Colombes. Jugada de Hohberg, tiro de Cubilla que pegó en el travesaño y Borges agarró el rebote de zurda. A los pocos minutos hizo otro. Después vinieron varios de Spencer.

-¡Qué jugadores! ¡Unos héroes!

-Un jugador de fútbol no es un héroe - dijo, negando con la cabeza-. Pero, Lucho sí lo es.

-¿Por qué solo él?

-Por lo del Vapor de la Carrera - respondió como si fuera obvio.

- ¿Qué pasó? -pregunté sorprendido.

- En julio del 63 -empezó pausadamente, con su voz de narrador-, cuando el barco se dirigía a Buenos Aires chocó, se incendió y comenzó a hundirse en plena noche de niebla. En medio del caos la gente se tiraba al agua helada porque no había suficientes botes disponibles. Lucho con su chaleco salvavidas, logró aferrarse a la caja de un violonchelo y, aunque no sabía nadar, logró salvar a un niño arrojado al agua por su madre para evitar las llamas.

-¡Impresionante! - La que me había abierto la puerta estaba cerca y escuchó el relato. Se acercó y en voz baja me dijo:

-Se lo escuché varias veces. Me da curiosidad... ¿Es cierto?

-Por supuesto que lo es. - Doy fe que llevaba a su hijo al estadio. Ella sonrió y se alejó.
Recostado nuevamente en la butaca, su atención había vuelto a la ventana, donde una corriente interminable de coches pasaba por la avenida. Suspiré.

-Esta tarde vendrá mamá a verte, como todos los días.

-¿Quién? -preguntó, ausente.

- Rosa. - No respondió, su mano volvió a repiquetear en el apoyabrazos; su mirada fija en el tránsito.

- Bueno - Vacilé.

- Me tengo que ir.
Lo miré unos momentos. La barba blanca le relucía en la luz invernal, al igual que el poco pelo lacio que le quedaba en la cabeza. Me pregunté si algún día yo sería tan canoso.

-Tengo que ir a trabajar.

-¿En qué trabaja usted? -preguntó de repente con curiosidad en los ojos.

-En nada importante -respondí mientras agarraba mi abrigo.

-¿Por qué vino? -insistió con su mirada fija en la mía.

Le puse una mano en el hombro y le di un leve apretón con cariño.

-Porque me gusta escuchar tus historias de Peñarol -dije simplemente.

-¡Ah! - Con una sonrisa cordial y su atención volviendo a la ventana, respondió-. Me parece muy bien.
Miré alrededor notando todas las personas que deambulaban en la gran sala, o que conversaban en sus propias butacas, indiferentes a mi presencia.

- ¿Listo? -me preguntó la misma funcionaria.

- Sí. Gracias, Raquel.
Crucé el jardín, se abrió la reja y ya en la vereda lo busqué en el ventanal. El reflejo sobre el vidrio me mostraba una imagen distorsionada, pero allí estaba. Aunque no me vio, lo saludé con la mano y le dije bajito:

-Gracias, Pá. «Peñarol nomá».

Ruben CP
(Ruben Alfonso Rodríguez Díaz)

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