Peñarol y Rampla homenajearon a William Martínez.
Antes del encuentro entre ambos equipos, en el estadio Centenario, fue homenajeado una leyenda de los aurinegros y del fútbol uruguayo todo.
Ya son menos los peñarolenses que vieron jugar a William Martínez, o que saben cómo jugaba. Zaguero por vocación y condiciones, luego de integrar el plantel seleccionado uruguayo campeón de la Copa del Mundo 1950, ser titular en la Copa del Mundo 1954, y de un exitoso pasaje por el club amigo Rampla Juniors, llegó a Peñarol en 1955.
Alternó en más de un puesto de la defensa y en 1958, en el primer campeonato del primer Quinquenio, se afianzó como zaguero central derecho retomando el número 2 en su camiseta y siendo a partir de allí un baluarte y referente del primer equipo mirasol.
Logró todos los títulos posibles para un jugador de fútbol: campeón sudamericano y del mundo con la selección de Uruguay; campeón uruguayo, de América y del mundo con Peñarol. Incluso, con mérito adicional, siendo capitán de nuestro equipo en esos recordados triunfos que cimentaron luego fuera Peñarol calificado como Mejor Club Sudamericano del Siglo XX, equipo en el cual participaban enormes jugadores que recordamos con similar afecto y reconocimiento. William Martínez es así leyenda en el legendario Peñarol.
Lealtad, potencia y calidad fueron sus virtudes más resaltables. Su juego, tan fuerte como limpio, respetando a los rivales sin medir antecedentes y ganándose el respeto de todos, incluso de los más encumbrados, correcto y firme en su educado proceder, teñido de sólidos valores, haciendo pues de la lealtad uno de los más notorios.
Era su presencia una muralla en todos los niveles, por lo antedicho y por las extraordinarias condiciones físicas que tenía y mucho cuidaba. Torso amplio, fuertes brazos que ayudaban en el hombro a hombro y a elevarse, formidables cuádriceps que le permitían una fortaleza inigualable al momento de disputar el balón (quienes lo vieron no recuerdan haya perdido una pelota dividida en la tradicional "trancada" típica del fútbol de estas regiones) o de impulsarlo, así como de lograr alcanzar gran altura en el juego aéreo. Muy ágil pese a su robustez, y dueño de un disparo fortísimo, sus saques llegaban al área rival y era temible para las barreras y los arqueros si ejecutaba un tiro libre. Anecdóticamente, vale señalar que por entonces era frecuente que niños en sus juegos utilizaran expresiones de relatores como "marcando de cerca el William" o "tranca firme William" u "otra vez rechaza de cabeza el William".
Toda esa potencia siempre leal, estaba orientada por una alta calidad técnica. Era inmanente al juego que él realizaba, en el nivel que fuere: aéreo o al ras del piso, contra el que iba último en el Campeonato Uruguayo o contra el campeón de Brasil, Argentina o de Europa.
Al ras del piso, donde hasta los más habilidosos -que muchos había- sucumbían ante su intuición del trayecto de la pelota más allá de amagues, malabares y famas, y donde ni los pases "en profundidad" - hoy diríamos "filtrados"- burlaban su percepción abrumadoramente exitosa en interceptarlos.
Y en el juego aéreo, en el que más destaque logro aún, era el dueño de su área vinieran de dónde y cómo vinieran los centros rivales. Casi nunca iba a la marca personal, sabía cómo ordenar a sus compañeros en los sectores en los que él consideraba no podría llegar, poseedor de una inusual intuición de dirección, tiempo y distancia, lograba prácticamente siempre cabecear el balón y sus rechazos no eran cortos. Fue, quizás en toda la historia del fútbol uruguayo y seguramente de los últimos 70 años, decididamente el mejor en tal aspecto.
A sus descendientes, a familiares y amigos del inolvidable capitán, al club Rampla Juniors que también disfrutó de su juego y hoy comparte este sentido homenaje, en la querida memoria de William Martínez, una leyenda del legendario Peñarol, con emoción, respeto sempiterno agradecimiento decimos: ¡Salve Capitán!